Editorial en LA GACETA DE LOS NEGOCIOS (9 OCTUBRE 2007)
Rodrigo Rato reiteró ayer su preocupación por la debilidad del dólar. El declive de la divisa estadounidense preocupa desde hace meses a los expertos. En principio, esta devaluación no le viene mal a Estados Unidos. Le ayuda a reducir su déficit comercial, y una industria exportadora vigorosa siempre estará en mejores condiciones de tomar el relevo al maltrecho sector de la construcción. ¿Y no existe el peligro de que un dólar débil alimente la inflación? Dificultaría el ya de por sí complicado panorama de la economía mundial, al dejar a la Reserva Federal inerme ante la crisis financiera. Pero no es un escenario que parezcan manejar al otro lado del Atlántico.En primer lugar, el dólar dibuja sus piruetas en el alambre sobre una sólida red. Los bancos centrales de muchos países emergentes han acumulado millones de dólares como moneda de reserva y son los primeros interesados en preservar su valor. Deshacerse alocadamente de ellos sería como pegarse un tiro en un pie. En cuanto a la inflación, no inquieta demasiado a la Fed. Los expertos creen que las empresas que operan en Estados Unidos son refractarias a trasladar a los precios las oscilaciones cambiarias por temor a perder cuota en un mercado ferozmente competitivo. Naturalmente, el deterioro de los márgenes de estas empresas no puede mantenerse indefinidamente. Y también es previsible que llegue un momento en que los bancos centrales se harten de que Estados Unidos les ofrezca una rentabilidad inferior y en una divisa menguante. Pero ese momento no ha llegado todavía. Y cuando algunos inversores particulares han empezado a replegarse acuciados por las malas noticias de la economía americana, las autoridades monetarias extranjeras se han encargado de amortiguar el efecto sobre la divisa.Donde sí empieza a cundir el nerviosismo es en Europa. Nicolas Sarkozy ha advertido que un euro por encima de los 1,40 dólares es letal para sus exportaciones. Pero desde Estados Unidos siempre le pueden replicar que no se trata tanto de que el dólar esté débil como de que el euro esté fuerte. Las divisas asiáticas en general y la china en particular están depreciadas (y mucho) respecto al billete verde. Si Sarkozy quiere un euro menos pujante, sólo tiene que convencer a Trichet de que baje los tipos. Pero ése es otro editorial.
Rodrigo Rato reiteró ayer su preocupación por la debilidad del dólar. El declive de la divisa estadounidense preocupa desde hace meses a los expertos. En principio, esta devaluación no le viene mal a Estados Unidos. Le ayuda a reducir su déficit comercial, y una industria exportadora vigorosa siempre estará en mejores condiciones de tomar el relevo al maltrecho sector de la construcción. ¿Y no existe el peligro de que un dólar débil alimente la inflación? Dificultaría el ya de por sí complicado panorama de la economía mundial, al dejar a la Reserva Federal inerme ante la crisis financiera. Pero no es un escenario que parezcan manejar al otro lado del Atlántico.En primer lugar, el dólar dibuja sus piruetas en el alambre sobre una sólida red. Los bancos centrales de muchos países emergentes han acumulado millones de dólares como moneda de reserva y son los primeros interesados en preservar su valor. Deshacerse alocadamente de ellos sería como pegarse un tiro en un pie. En cuanto a la inflación, no inquieta demasiado a la Fed. Los expertos creen que las empresas que operan en Estados Unidos son refractarias a trasladar a los precios las oscilaciones cambiarias por temor a perder cuota en un mercado ferozmente competitivo. Naturalmente, el deterioro de los márgenes de estas empresas no puede mantenerse indefinidamente. Y también es previsible que llegue un momento en que los bancos centrales se harten de que Estados Unidos les ofrezca una rentabilidad inferior y en una divisa menguante. Pero ese momento no ha llegado todavía. Y cuando algunos inversores particulares han empezado a replegarse acuciados por las malas noticias de la economía americana, las autoridades monetarias extranjeras se han encargado de amortiguar el efecto sobre la divisa.Donde sí empieza a cundir el nerviosismo es en Europa. Nicolas Sarkozy ha advertido que un euro por encima de los 1,40 dólares es letal para sus exportaciones. Pero desde Estados Unidos siempre le pueden replicar que no se trata tanto de que el dólar esté débil como de que el euro esté fuerte. Las divisas asiáticas en general y la china en particular están depreciadas (y mucho) respecto al billete verde. Si Sarkozy quiere un euro menos pujante, sólo tiene que convencer a Trichet de que baje los tipos. Pero ése es otro editorial.
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