Antonio Argandoña
Artículo de Antonio Argandoña en la GACETA DE LOS NEGOCIOS.
La incertidumbre lleva al pesimismo, de un lado, y a la parálisis, de otro.
Nos acercamos ya a los dos años desde el inicio de la crisis financiera internacional, y al año y medio de los síntomas, primero de pérdida de ritmo, y últimamente ya de recesión. Permítame el lector hacer un inventario sucinto de nuestros problemas, que creo que nos puede ayudar a aprender a sobrevivir en un entorno en el que los que tendrían que hacer algo (léase La Moncloa) todavía no se han enterado de lo que nos pasa.
Lo primero que nos pasa es lo que últimamente se ha dado en llamar un problema de balance. Los que están familiarizados con una empresa saben bien lo que es un balance: un documento en el que se recogen los activos o propiedades la empresa y sus pasivos o deudas. El balance de una empresa sana debe estar equilibrado. El del sector privado de la economía española tiene un problema: demasiada deuda. No sabemos cuánta sobra, pero sí sabemos que hay demasiada. Y también sabemos cómo se quita uno de encima la deuda que tiene: o se declara en suspensión de pagos, o se aprieta el cinturón para reducir sus gastos y devolver sus deudas.
El segundo problema que tenemos es del acceso a la financiación y, consiguientemente, el coste de la misma. Las entidades financieras españolas tienen dificultades para acudir a los mercados en los que captaron los fondos que nos dieron en forma de créditos y de hipotecas. Y si ellos no se financian, no dan crédito a los hogares y a las empresas. Este problema lo tenemos muchos ahora, y sabemos que es muy peligroso, porque conduce al concurso de acreedores a una velocidad de vértigo.
El tercer problema es que somos más pobres: llevamos una temporada larga destruyendo riqueza. Bueno, no es riqueza de verdad, sino la que creíamos que teníamos cuando la bolsa alcanzaba máximos cada semana y los precios de los inmuebles crecían también sin parar. Esto se ha acabado: ahora nuestra riqueza es menor, o nos parece que es menor. Y esto nos obliga a revisar a la baja nuestro nivel de vida: gastar menos y ahorrar más.
Que somos más pobres nos transmite otro mensaje más. La riqueza no es sino la capacidad de crear renta. Menos riqueza significa menos capacidad de generar producto e ingresos. Vamos, pues, a crecer menos.
El cuarto problema es que tenemos excesos de capacidad en casi todo. En el trabajo: hay más gente que quiere trabajar que puestos disponibles; eso es el paro. En el mercado inmobiliario: hay muchas más casas, alrededor de un millón, que las que queremos comprar en un plazo prudencial. Y en las empresas: máquinas paradas, fábricas a medio gas… Si esto dura quince días, no pasa nada. Pero dura muchos meses, habrá que ir desmontando la capacidad productiva no utilizada. Y eso es un proceso duro, costoso, largo… Los economistas lo llamamos destrucción creadora: al final sale algo muy bueno, pero el parto es muy doloroso.
Y el quinto problema es la incertidumbre. Nos decían que lo peor no pasaría, pero pasó. Que la bolsa aguantaría, y no aguantó. Que el crédito volvería, y no ha vuelto. La incertidumbre lleva al pesimismo, de un lado, y a la parálisis, de otro, empezando por las autoridades, siguiendo por las empresas y acabando por las familias. Y esto es garantía de desastre.
Hay más problemas, claro: por ejemplo, cómo salir reforzados de esta coyuntura. Pero esto lo dejaremos para otro día.
Antonio Argandoña es profesor, Iese Business School.
Nos acercamos ya a los dos años desde el inicio de la crisis financiera internacional, y al año y medio de los síntomas, primero de pérdida de ritmo, y últimamente ya de recesión. Permítame el lector hacer un inventario sucinto de nuestros problemas, que creo que nos puede ayudar a aprender a sobrevivir en un entorno en el que los que tendrían que hacer algo (léase La Moncloa) todavía no se han enterado de lo que nos pasa.
Lo primero que nos pasa es lo que últimamente se ha dado en llamar un problema de balance. Los que están familiarizados con una empresa saben bien lo que es un balance: un documento en el que se recogen los activos o propiedades la empresa y sus pasivos o deudas. El balance de una empresa sana debe estar equilibrado. El del sector privado de la economía española tiene un problema: demasiada deuda. No sabemos cuánta sobra, pero sí sabemos que hay demasiada. Y también sabemos cómo se quita uno de encima la deuda que tiene: o se declara en suspensión de pagos, o se aprieta el cinturón para reducir sus gastos y devolver sus deudas.
El segundo problema que tenemos es del acceso a la financiación y, consiguientemente, el coste de la misma. Las entidades financieras españolas tienen dificultades para acudir a los mercados en los que captaron los fondos que nos dieron en forma de créditos y de hipotecas. Y si ellos no se financian, no dan crédito a los hogares y a las empresas. Este problema lo tenemos muchos ahora, y sabemos que es muy peligroso, porque conduce al concurso de acreedores a una velocidad de vértigo.
El tercer problema es que somos más pobres: llevamos una temporada larga destruyendo riqueza. Bueno, no es riqueza de verdad, sino la que creíamos que teníamos cuando la bolsa alcanzaba máximos cada semana y los precios de los inmuebles crecían también sin parar. Esto se ha acabado: ahora nuestra riqueza es menor, o nos parece que es menor. Y esto nos obliga a revisar a la baja nuestro nivel de vida: gastar menos y ahorrar más.
Que somos más pobres nos transmite otro mensaje más. La riqueza no es sino la capacidad de crear renta. Menos riqueza significa menos capacidad de generar producto e ingresos. Vamos, pues, a crecer menos.
El cuarto problema es que tenemos excesos de capacidad en casi todo. En el trabajo: hay más gente que quiere trabajar que puestos disponibles; eso es el paro. En el mercado inmobiliario: hay muchas más casas, alrededor de un millón, que las que queremos comprar en un plazo prudencial. Y en las empresas: máquinas paradas, fábricas a medio gas… Si esto dura quince días, no pasa nada. Pero dura muchos meses, habrá que ir desmontando la capacidad productiva no utilizada. Y eso es un proceso duro, costoso, largo… Los economistas lo llamamos destrucción creadora: al final sale algo muy bueno, pero el parto es muy doloroso.
Y el quinto problema es la incertidumbre. Nos decían que lo peor no pasaría, pero pasó. Que la bolsa aguantaría, y no aguantó. Que el crédito volvería, y no ha vuelto. La incertidumbre lleva al pesimismo, de un lado, y a la parálisis, de otro, empezando por las autoridades, siguiendo por las empresas y acabando por las familias. Y esto es garantía de desastre.
Hay más problemas, claro: por ejemplo, cómo salir reforzados de esta coyuntura. Pero esto lo dejaremos para otro día.
Antonio Argandoña es profesor, Iese Business School.