Si hubiera que optar por una dato que ilustre la inacción de la política económica durante la legislatura éste bien podría ser el abultado déficit comercial que acumula España.
El desequilibrio de los intercambios de importaciones y exportaciones sigue creciendo en progresión geométrica y supera ya los 80.000 millones de euros hasta octubre, un periodo suficientemente representativo para anticipar que el ejercicio se volverá a cerrar con un nuevo récord.
El desequilibrio de los intercambios de importaciones y exportaciones sigue creciendo en progresión geométrica y supera ya los 80.000 millones de euros hasta octubre, un periodo suficientemente representativo para anticipar que el ejercicio se volverá a cerrar con un nuevo récord.
Por volumen, este déficit es sólo inferior al de EEUU, pero en porcentaje de PIB –el 9%– es ya el mayor de los países desarrollados. Aunque la desaceleración de la demanda interna ha reducido considerablemente el crecimiento de las importaciones, la pérdida de brío de las exportaciones ha sido aún más abrupta. Mientras tanto, el agujero comercial no deja de crecer.
¿En qué medida se relaciona esta espiral con la política económica? ¿Acaso, al igual que Zapatero se sacudía recientemente la responsabilidad en las tensiones inflacionistas, también en este caso se trata de un problema derivado de la elevada factura que pagamos por un petróleo que ayer volvió a tocar los 95 dólares? La política económica tiene que ver, y mucho, si se considera que este desequilibrio es el síntoma más visible de un progresivo deterioro de la competitividad de la economía española, agravado con una enquistada tasa de inflación superior en un punto a la media de la UE.
A ello se suma la insostenibilidad a largo plazo del actual patrón de la exportación española, caracterizado por la concentración en pocos sectores, la mayoría de ellos de reducido valor tecnológico, donde España es cada vez menos competitiva por precio, y acusa por ello con mayor intensidad la fortísima competencia asiática en manufacturas como el textil, el calzado o los muebles. Se da la circunstancia, además, de que las exportaciones españolas adolecen de una insuficiente diversificación geográfica, que deja a las empresas ausentes de las zonas económicas con mayor potencial de crecimiento a medio plazo. Todas estas debilidades se han ido agravando en los últimos años sin que la política económica haya adoptado iniciativas de calado para intentar corregirlas.
Esta situación no se arregla de un día para otro. Requiere de un conjunto de reformas encaminadas a introducir más competencia, al tiempo que es preciso un impulso a la innovación tecnológica para reorientar el patrón productivo español hacia sectores con mayor dimensión tecnológica y valor añadido para fortalecer el sector exterior. Lamentablemente dichas reformas se echan ahora de menos, cuando más falta hace, en medio de la creciente incertidumbre económica y del agotamiento de la actividad constructora. Se ha perdido un tiempo precioso.